Entre muchas otras cosas, un género literario es una reacción. Un efecto de lectura. La invención de un género, entonces, tiene que también inventar sus consecuencias, los espasmos específicos en sus lectores. Esa es la operación que Nicolás Lavagnino realiza en este libro de relatos tan preciso como fabuloso que es La comedia sueca.
Las historias son múltiples: enanos en redes bancarias, viajes al pasado en busca del punto cero del amor, mudanzas de cuerpos, la textura de una placa infinita bajo la playa, los ojos exoplanetarios con los cuales unos formales seres nos observan, grandes maestros copistas que optan por la catapulta, el final siempre acuático de una investigación y sus investigadores. Historias inmensas, amplias, sobre las que Lavagnino imprime su invención sueca: tabula rasa sobre la emoción.
Esa es la marca sueca. Los personajes sufren o se contentan o hasta pueden, quizás, ser felices. Pero sus reacciones quedan detrás de las palabras, oprimidas, omitidas, y los acontecimientos no dejan de ser nunca acontecimientos: no hay traducción entre lo que ocurre y lo que se siente. Y ante la peor tragedia nos quedamos así, como si nada, porque en este sentido la humanidad entera tiene pasaporte sueco.
Los relatos de este libro inventan y a la vez ponen en práctica este nuevo género que es la comedia sueca. Por mi parte, imagino así esta invención de Lavagnino: un volcán en erupción, tapiado con infinitas capas de un cemento hermoso, nacarado, exacto, y meticulosamente compuesto de un lenguaje que brilla.
Yamila Begné
Nicolás Lavagnino nació en Buenos Aires, en 1974. Es filósofo y estudió historia. Quizás por ello ejerce la docencia e investiga en filosofía de la historia sobre problemas vinculados al lenguaje, la interpretación y la ficción. Esos mismos problemas e intereses atraviesan su escritura narrativa. Su primer libro de relatos, Laberintos verticales, fue publicado por Metrópolis en 2019.